La casa donde habitan Zefir y Swietania es de ladrillo. La fachada frontal tiene dos enormes columnas, en medio de las columnas hay una puerta de madera con adornos enmarañados. Frente a la casa se despliega un jardín de olores voluptuosos, en cuyo centro hay una fuente.Cerca de la fuente una escalera de cemento baja hasta el sótano donde se ubica el laboratorio de Zefir.
A Zefir le gusta estar solo en su laboratorio, rodearse de sonidos, imágenes y fantasmas: presencias vivas de todos sus días pasados y presentes. Le gusta tenerlos ahí a la mano, analizarlos, desmenuzarlos, violentarlos, destruirlos y reconstruirlos a su manera. Como artista sabe que en la soledad se inventan historias con ideas, imágenes, nombres, pasiones y deseos. También sabe lo efímero que es optar por ser obras vivientes, pues tarde, si el autor muere, muere también la obra y ambos desaparecen. Por otro lado tiene muy presente que si opta por vivir a lado de la obra, aún y cuando el artista muere, la obra permanece. El actor muere, el personaje vive.
En la mente de Zefir las ideas se mueven, rebotan, gritan, luchan entre ellas, se transforman; unas se comen a las otras, unas vomitan a las otras; otras duermen y despiertan, se bañan con agua fría, se sientan, se recuestan, caminan y vuelan; otras se convierten es ganzúas, en luz, en fuego; todas quieren tomar sustancia, ser carne, Sol, átomo, agua o aire; y todas, todas sin excepción tienen un solo objetivo: escapar de la mente-prisión de Zefir: ser libres. Algunas incluso se multiplican, se agrupan, quieren crecer hasta desbordarse y escurrir fuera de su cabeza.
Zefir amasa arcilla. Sus manos se mueven solas mientras su mente divaga. Sus ojos no ven las figuras hechas, grandes y pequeñas, humanas, animalezcas y vegetales que le rodean. Su cuerpo no siente el frío del ambiente que entra por la puerta abierta y le da directo a la espalda, ni el calor del horno encendido frente a él.
A Zefir le gusta estar solo en su laboratorio, rodearse de sonidos, imágenes y fantasmas: presencias vivas de todos sus días pasados y presentes. Le gusta tenerlos ahí a la mano, analizarlos, desmenuzarlos, violentarlos, destruirlos y reconstruirlos a su manera. Como artista sabe que en la soledad se inventan historias con ideas, imágenes, nombres, pasiones y deseos. También sabe lo efímero que es optar por ser obras vivientes, pues tarde, si el autor muere, muere también la obra y ambos desaparecen. Por otro lado tiene muy presente que si opta por vivir a lado de la obra, aún y cuando el artista muere, la obra permanece. El actor muere, el personaje vive.
En la mente de Zefir las ideas se mueven, rebotan, gritan, luchan entre ellas, se transforman; unas se comen a las otras, unas vomitan a las otras; otras duermen y despiertan, se bañan con agua fría, se sientan, se recuestan, caminan y vuelan; otras se convierten es ganzúas, en luz, en fuego; todas quieren tomar sustancia, ser carne, Sol, átomo, agua o aire; y todas, todas sin excepción tienen un solo objetivo: escapar de la mente-prisión de Zefir: ser libres. Algunas incluso se multiplican, se agrupan, quieren crecer hasta desbordarse y escurrir fuera de su cabeza.
Zefir amasa arcilla. Sus manos se mueven solas mientras su mente divaga. Sus ojos no ven las figuras hechas, grandes y pequeñas, humanas, animalezcas y vegetales que le rodean. Su cuerpo no siente el frío del ambiente que entra por la puerta abierta y le da directo a la espalda, ni el calor del horno encendido frente a él.
¿Y qué es lo que hay en la mente de Zefir? En su mente hay una visión, una fuerza, un impulso: hacer.
A la niña se le cae su pelota por las escaleras y se introduce al estudio, sin pensarlo va por ella y entra. Zefir está sentado semidesnudo en un sillón. -¿Qué haces?-, pregunta la niña. Él la ve tranquilo y contesta, –Tengo un dolor ontológico y no sé como quitármelo… La pequeña lo mira turbada. …-No me entiendes nada verdad. Ven, acércate, ayúdame, ¿quieres? La niña se acerca y lo abraza, lo abraza fuerte. Ella está tibia debido al juego de pelota. -Te quiero mucho-, dice ella, se le acerca y frota sus mejillas en el pecho desnudo de Zefir. En ese momento un dilema pasa por la mente del artista: transgredir y trascender o moderar y permanecer. Él siente el calor de la pequeña; su verga comienza a erguirse; se arquea y la desprende del suelo. La niña ahora está encima de él, se deja llevar por sus sentidos y continua frotando su rostro en el pecho de Zefir. El artista, con cuidado le levanta el vestido y la despoja de su calzón. Vapor de olvido inunda al hombre. Pone los pies de la niña sobre el sillón, en cuclillas por encima de él, y ya en posición le coloca su miembro en el tierno capullo. La toma de los hombros y la empuja suave hacia atrás. La penetra. La niña se siente lenta, muy lentamente invadida por una energía infinita e inefable. Él, una vez inserto en ella comienza a pulsar su miembro a voluntad. A cada pulsada la niña siente que le empujan las lagrimas desde lo más lejano y profundo de sus recuerdos. Adora a Zefir. La niña se estremece, se agita, se frota, cabalga y vuela. En el cielo de sus lágrimas mudas brotan incesantes miles de estrellas. Llora, llora y no quiere dejar de volar, ni de parir estrellas. Él la levanta en vilo justo cuando su verga comienza a escupir. Terminan, la abraza. Suspiran como dos niños mientras sus músculos se relajan. –Swietania, ve a jugar-, dice él en voz baja. Ella quiere seguir abrazándolo. Al poco rato la suelta de su cuello, le pone el calzón, le da la pelota y le dice que necesita estar solo, que vaya a jugar. Ella se va y antes de cerrar la puerta lo mira con ojos de bugambilia.
Swietania está en una etapa difícil. ¿Qué le pasa a Swietania? Ni ella misma lo sabe. Sentada, posa sus ojos en el pantalón de él, a la altura de la pelvis, su mirada es rápida, de la pelvis a los ojos y de regreso, tan rápida que Zefir no se da cuenta de ello.
Swietania ha crecido rápido, como una selva tropical, ya es una muchacha grande y frondosa de cara rosada y cutis terso enamorada de; amor. A Zefir es a quien le toca recibir todo el ímpetu de ese amor. Ambos recorren sus cuerpos, como ciudades, con la punta de la lengua. Se encuentran, se abrazan, brincan, charlan y se acarician. Se aman como se ama a las ciudades. Aman a la humanidad. En andanzas por sus cuerpos aprenden a amar aún más.
En medio del bosque hay una casa, adentro de la casa un pianista mira al techo, toca sonriente y piensa: "La música también sirve para atrapar ratones". A su espalda, en una enorme botella, una marioneta baila. Algunos ratones pasan encima de los dedos del músico. El pianista sonríe por el cosquilleo en sus dedos. La marioneta está dormida.
A la niña se le cae su pelota por las escaleras y se introduce al estudio, sin pensarlo va por ella y entra. Zefir está sentado semidesnudo en un sillón. -¿Qué haces?-, pregunta la niña. Él la ve tranquilo y contesta, –Tengo un dolor ontológico y no sé como quitármelo… La pequeña lo mira turbada. …-No me entiendes nada verdad. Ven, acércate, ayúdame, ¿quieres? La niña se acerca y lo abraza, lo abraza fuerte. Ella está tibia debido al juego de pelota. -Te quiero mucho-, dice ella, se le acerca y frota sus mejillas en el pecho desnudo de Zefir. En ese momento un dilema pasa por la mente del artista: transgredir y trascender o moderar y permanecer. Él siente el calor de la pequeña; su verga comienza a erguirse; se arquea y la desprende del suelo. La niña ahora está encima de él, se deja llevar por sus sentidos y continua frotando su rostro en el pecho de Zefir. El artista, con cuidado le levanta el vestido y la despoja de su calzón. Vapor de olvido inunda al hombre. Pone los pies de la niña sobre el sillón, en cuclillas por encima de él, y ya en posición le coloca su miembro en el tierno capullo. La toma de los hombros y la empuja suave hacia atrás. La penetra. La niña se siente lenta, muy lentamente invadida por una energía infinita e inefable. Él, una vez inserto en ella comienza a pulsar su miembro a voluntad. A cada pulsada la niña siente que le empujan las lagrimas desde lo más lejano y profundo de sus recuerdos. Adora a Zefir. La niña se estremece, se agita, se frota, cabalga y vuela. En el cielo de sus lágrimas mudas brotan incesantes miles de estrellas. Llora, llora y no quiere dejar de volar, ni de parir estrellas. Él la levanta en vilo justo cuando su verga comienza a escupir. Terminan, la abraza. Suspiran como dos niños mientras sus músculos se relajan. –Swietania, ve a jugar-, dice él en voz baja. Ella quiere seguir abrazándolo. Al poco rato la suelta de su cuello, le pone el calzón, le da la pelota y le dice que necesita estar solo, que vaya a jugar. Ella se va y antes de cerrar la puerta lo mira con ojos de bugambilia.
Swietania está en una etapa difícil. ¿Qué le pasa a Swietania? Ni ella misma lo sabe. Sentada, posa sus ojos en el pantalón de él, a la altura de la pelvis, su mirada es rápida, de la pelvis a los ojos y de regreso, tan rápida que Zefir no se da cuenta de ello.
Swietania ha crecido rápido, como una selva tropical, ya es una muchacha grande y frondosa de cara rosada y cutis terso enamorada de; amor. A Zefir es a quien le toca recibir todo el ímpetu de ese amor. Ambos recorren sus cuerpos, como ciudades, con la punta de la lengua. Se encuentran, se abrazan, brincan, charlan y se acarician. Se aman como se ama a las ciudades. Aman a la humanidad. En andanzas por sus cuerpos aprenden a amar aún más.
En medio del bosque hay una casa, adentro de la casa un pianista mira al techo, toca sonriente y piensa: "La música también sirve para atrapar ratones". A su espalda, en una enorme botella, una marioneta baila. Algunos ratones pasan encima de los dedos del músico. El pianista sonríe por el cosquilleo en sus dedos. La marioneta está dormida.
2 comentarios:
El corazón de Eratóstenes palpita gozoso por venir a estampar su firma acá, en el post más virginal que me encontré (es decir, el que no tuviera comentarios). Saludos, señoras y señores.
este blog gozoso es un corazón con tu firma. Saludos erat.
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