Pieter y Matira

Pieter y Matira llegan a un lago. Matira se desnuda, se dirige a la orilla, se mete y nada. Su cuerpo de araucaria flota grácil, sus largos brazos de bambú chapotean. Gotas de agua impregnan su faz oleaginosa, juega, se zambulle y da unos deliciosos gritillos. Pieter, duerme envuelto con la suave brisa. No la escucha.

Pieter se sueña sentado en medio de un cuarto de espejos, pronuncia una "A" larga y su voz comienza a multiplicarse en los reflejos de su reflejo. Cuando su voz, en esa maraña de voces, se transforma en voz de anciano, calla. A Pieter, como a todo ser inmóvil, no le atrae el futuro.
Pieter es sorprendido por un desprendimiento. Se ve desde el aire, por encima de sí en absoluto silencio. Sus ojos de pirita planean sobre su cuerpo angular, sobre su piel áspera, sobre sus vellos de obsidiana, sobre sus poros sempiternamente horadados por el viento y el agua, se sobrevuela tan lentamente rápido que es capaz de ver cómo sus sólidas, punzantes y negras fibras capilares crecen. El pelambre invade su cuerpo y ahora se ve como una pétrea y negra alfombra. Pieter se posa en la cúspide de su cuerpo alfombra, y entonces sus ojos de pirita encendida ruedan sobre los montículos fibrosos de obsidiana separándose en dirección contraria, se precipitan al vacío como lentas estrellas fugaces y desaparecen. Pieter se apaga, reposa perpetuo.

Los dioses se transformaron en piedras, las piedras en árboles, los árboles en animales, los animales en hombres, los hombres en máquinas, las máquinas en dioses. Pieter ahora es la noche, una noche sólida y pesada. Las máquinas, que son muchas y muy obstinadas, con sus dedos le quieren incendiar. Él les aplasta las cabezas pero no puede con tantas. Las máquinas gritan: "¡Matemos a la noche! ¡Matemos a la noche!". Pieter, agotado y hastiado, les ignora y se cobija con su pelaje confortable y oscuro, oscuro como su pensamiento.

El corazón acacia de Matira palpita gozoso. Ella nada en el lago, cierra los ojos, bucea y se deja llevar por las corrientes. Poseída por un deleite virginal, sabe que da vueltas y que a cada vuelta el enebro ramaje de su pelo se estremece. Cuando sus espasmos llegan hasta el límite, se detiene. Abre los ojos y ve justo delante de ella a una mantarraya. Ambos seres se miran, se penetran hasta profundidades ontológicas. Luego comienzan a moverse en círculos, uno al otro se revolotean hipnotizados hasta fundirse en un torbellino, en uno de esos torbellinos que habitan las profundidades de todos los lagos.

Pieter y Matira mueren constante y alternadamente (o debiera decir: ¿fingen morir?); cuando la soledad los asfixia se resucitan con plegarias. Al resucitarse, primero se alegran porque nuevamente se harán compañía, pero luego entristecen porque se dan cuenta que sólo existen ellos, que no hay nadie más, que no hay público para sus prodigios.

Morir y resucitar les debilita mucho, no les quedan fuerzas excepto para llorar, y lloran. Las lágrimas de Pieter y Matira son hilos de seda que los envuelve hasta dejarlos a ambos convertidos en una inmutable crisálida. Después del llanto viene el descanso. Adentro del cálido capullo, la inmovilidad de Pieter y Matira es casi absoluta, sin embargo, se obsequian el uno al otro con actuaciones. Unas veces uno es sol y el otro montaña; otras son máquina y noche, puerta y ojo, niños, ancianos, artistas, rameras, músicos y bailarinas. Con su adecuación al capullo, los sonidos del exterior hacen resonancia en sus cuerpos y entonces, a pesar de su inmovilidad voluntaria, se estremecen y convulsionan. Pieter despierta, comienza a moverse, primero un dedo, una mano, un brazo; luego otro dedo, otra mano, otro brazo; las piernas. En ese instante, Matira abre su ojo luna con pestañas de morera y ve que su amado está en otra posición. No lo entiende. Su sangre hierve, circula rápido y su ojo…¡ah!, su ojo es un cráter a punto de expeler el humo de su interior, porque por dentro toda Matira es humo buscando una grieta para escapar de su cuerpo arborífero.

Al borde de un abismo la conciencia de Pieter chisporrotea y expele palabras: “Conquista … Música, sensación nueva… Suéltame, no muerdo... Sí, tal vez fea, enferma, sin deseos de dañar o hacer rasguño alguno, pero todo lo contrario sucede en ti. ¿Adónde voltear y no encontrar huecos?” .Vislumbra la inmensidad que hay fuera del velo del capullo, absorbe su pelaje hasta quedar rígido y liso como un trozo de rubí, pero tan ligero como el polvo, sale de la crisálida e intenta volar. ¿Adónde ir? ¿Qué hacer? ¿Alguien lo sabe? Su simetría vibra en el espacio, lo lleva a cualquier lado.

Adentro Matira es una rama seca que se crispa y convulsiona.

6 comentarios:

sonia dijo...

Bueno pues gracias por comentar mi blog de interculturalidad, bien distinto a este pero eso es lo bueno, nos seguiremos viendo Suerte!!!

AHH ESTÁ MUY INTERESANTE (perdon el afan)

Natasha dijo...

No, no, noooo, las maquinas esos engendros asesinos, la noche no puede morir de ningún modo, ella solo morirá cuando le devuelvan sus fotones y su gravidez se convierta en luz

Saludos marita nous

marita nous dijo...

La noches y la música jamás mororán. ellas nos abrazan con sus brazos tibios. Nos sentiriamos tan solas sin su presencia.

saludos natasha

alexA platoanA dijo...

máquina noche
máquina texto que despierta noche en los ojos...






beso
a.

Anónimo dijo...

Marita, que has hecho de mí?

Anónimo dijo...

Porqué me entristece tanto leerte. Emma.