Heliodoro y Brumelia.

Heliodoro y Brumelia pasean en el campo por un caminode arcilla roja que va a un lago. Heliodoro balbucea a Brumelia que entre más competencia hay más mediocridad, que él quiere salir de eso, que no le interesa competir ni ser el mejor, que no le interesa ser reconocido, que le interesa la obra, que si él fuera obra entonces sí tendría cosas que decir, que la moral lo limita, que no hay inmortalidad y que la ilusión es uno de los peores males. Al llegar a la orilla de un lago, Brumelia lo atrae a la sombra de un arce. El viento sopla. Un rayo rompe el cielo violeta. Las piedras chocan en la orilla del lago. Brumelia le toma de la mano y lo comienza a acariciar, él siente descargas eléctricas. Ella le acerca su rostro. Es hermosa. Tiene ojos miel y pequeñas pecas doradas. Heliodoro cierra los ojos para imaginarla mejor. Siente la tibieza de sus labios en los suyos y su aliento a frutas metálicas le invade. El calor aumenta. - Brumelia, ayúdame, ¿quieres?-, dice Heliodoro mirándola con ojos vacíos. –No, ayúdame tú-, contesta ella sécamente, mientras con su dedo índice le toca el pecho y lo desliza suavemente hacia abaj sobre la camisa de seda. Él la sujeta por la muñeca. Ella se inca y le ve implorante. Él desarmado coloca su mano sobre la cabeza de ella y le acaricia el pelo. Lo estruja. Nadie habla. Los dos cumplen en silencio. Bajo el arce, se acarician desquiciados. Sus lenguas recorren sus dientes; sus manos sus manos. Se frotan desatados. Labios y dedos de seda, de arriba a abajo en sus cuerpos, una y otra vez. Sus pliegues sudan. Terminan exhaustos. Es verano y el ambiente sofoca. Ella se queda dormida; no se da cuenta cuando él la abandona.

Brumelia tensa sus músculos, los relaja y suspira. Hora de despertar. La luz recorre su cuerpo, escurre ambarina sobre su pecho, sus pezones brillan, los acaricia. Contacta al mundo del no-tacto. Antes de morir, vivir. Todo saldrá bien, lo sabe. Se vestirá apta para este día. Está en el lugar exacto para encontrar a alguien que cure sus dolencias. Abre los ojos… los cierra. Oprime sus brazos, enlazados, en su cuerpo. -¿Dónde estás?-, pregunta. No hay respuesta. ¿Qué mano, lanza o voz fue la que le separó de su resguardo en el costado de Heliodoro?
El cabello de flores de Brumelia es movido por el aire. Brumelia llora. ¿Por qué llora Brumelia? ¿Ha muerto Heliodoro? Se mece y llora, llora porque quiere realizarse como mujer, llora porque no sabía lo que era llorar, llora porque quiere llorar, quiere llorar, llorar y llenar frascos con sus lágrimas. En sus manos una hoja a punto de ser arrancada por el viento fresco del bosque dice:
" … Ve lo mal guerrero que soy. No llego temprano a las batallas y no me sé retirar a tiempo. Nuestra guerra debió de haber terminado desde el primer momento…"

2 comentarios:

Gerardo de Jesús Monroy dijo...

Está chida la idea del blog, vamos releyéndolo con más detenimiento.

marita nous dijo...

chin, la idea mutó, como siempre? jijiji